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- La magia de ajustar en frontera el precio de las emisiones de carbono
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El 14 de julio de 2021, la Comisión Europea publicará el paquete de propuestas legislativas «Fit for 55», orientado a reducir las emisiones un 55% con respecto a los niveles de 1990 de aquí a 2030.[1] Lograr este objetivo representará una tarea hercúlea para muchas industrias y podría hacer que las empresas europeas perdiesen competitividad frente a las de otros países con objetivos climáticos menos ambiciosos. Una de las medidas favoritas de la UE para combatir el cambio climático consiste en tasar las emisiones de CO2. Por eso, una solución obvia al problema de competitividad sería aplicar un impuesto sobre el carbono.[2] La UE propondrá aplicarle un impuesto de este tipo a determinados sectores y exigirá que las empresas que importen acero, hierro, cemento, fertilizantes, aluminio y electricidad compren derechos de emisión a partir de 2023.
Como puede verse en nuestro Gráfico de la Semana, algunos países muestran importantes divergencias entre el CO2 que generan y el que consumen o, dicho de otro modo, entre las emisiones de CO2 que exportan y las que importan. Por ejemplo, como EE. UU. es una economía más orientada a servicios, debe importar muchos de los bienes que consume, por lo que importa mucho más CO2 del que exporta. Lo mismo sucede, en menor medida, en el caso de Europa y Japón. Al otro lado de la balanza están China y Rusia, grandes exportadores de productos y de recursos naturales, respectivamente. Aplicar un enfoque basado en el consumo incrementaría un 13% las emisiones de los países desarrollados.[3]
Gravar a las empresas nacionales con un impuesto sobre el carbono sin aplicar una medida equivalente para las importaciones sin duda acabaría provocando lo que se conoce como fugas de carbono. Dicho de otro modo, se animaría a las empresas más intensivas en CO2 a trasladar su producción a países con políticas medioambientales más laxas, lastrando los esfuerzos por reducir las emisiones a nivel mundial.
Por eso nos parece tan importante adoptar un enfoque integral en lo referente a las emisiones de CO2. Ajustar el precio de las emisiones de carbono en frontera pondría a las empresas en igualdad de condiciones y animaría a los consumidores a decantarse por productos menos contaminantes. También podría contribuir a reducir el volumen de productos que se acaban enviando de una punta a otra del planeta en un intento por explotar los diferentes estándares medioambientales. Sin embargo, aunque el objetivo de un impuesto de este tipo sea muy loable, creará ganadores y perdedores. La opinión de los diferentes países al respecto puede inferirse a partir de las emisiones que genera el comercio internacional estimadas en el gráfico. John Kerry, enviado especial para el clima de EE. UU., recomienda retrasar la aplicación de un impuesto sobre el carbono a las importaciones, al considerarla una medida «de último recurso» debido a sus «graves implicaciones para las economías, las relaciones internacionales y el comercio».[4] Por su parte, una encuesta asiática concluyó que la propuesta es proteccionista.[5]
Así que la aplicación de un impuesto fronterizo sobre las emisiones de carbono podría no ser bien recibido y es muy probable que su implementación sea compleja. Además, provocará cierto grado de disrupción en las cadenas de producción y distribución mundiales. Pero, ¿quién dijo que combatir el cambio climático sería fácil? Por lo menos, cada vez más gente empieza a darse cuenta de que el esfuerzo merece la pena.
Fuente: OCDE 2020 y DWS Investment UK Ltd, DWS Investment GmbH a 06/07/2021.
Una de las medidas favoritas de la UE para combatir el cambio climático consiste en tasar las emisiones de CO2.